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Publicado diciembre 15, 2025 por Aurelio Vázquez Sánchez con 0 comentarios

Tequila-Rock and Roll

Rock and Roll alternativo

La madura rebeldía

Crónica de un desastre con langostinos

La boda se celebraba en la "Finca Los Arcos del Ensueño", uno de esos complejos hosteleros clónicos que brotan en los secarrales de la periferia madrileña como champiñones de hormigón y pladur. El lugar intentaba evocar un cortijo andaluz con toques de Versalles, pero el resultado final tenía más en común con el plató de una telenovela de bajo presupuesto. Olía a césped artificial recalentado por el sol de julio y a fritanga industrial disfrazada de *nouvelle cuisine*.

Javier, a sus cincuenta y ocho años, observaba el panorama desde una esquina estratégica del "Salón Diamante", parapetado tras una copa de vino tinto que sospechaba que era Don Simón con etiqueta de reserva. Se sentía como un antropólogo infiltrado en una tribu hostil. Las bodas a partir de cierta edad, pensó, deberían estar prohibidas por la Convención de Ginebra. Ya no tenían la inocencia de las primeras nupcias; ahora eran una mezcla de cinismo, segundas oportunidades desesperadas y demostraciones de poder adquisitivo según el grosor de los puros y la altura de los tacones.

El ambiente estaba cargado, una atmósfera densa compuesta por lacas de pelo extrafuertes, perfumes dulzones que competían entre sí y la testosterona rancia de varios cuñados que ya llevaban tres gin-tonics de ventaja sobre el resto de los mortales.

La fauna era digna de estudio. Estaba, por supuesto, el primo lejano que nadie sabe muy bien a qué se dedica, pero que siempre aparece con un traje de un brillo sospechoso, dos tallas más pequeño de lo necesario, marcando barriga cervecera como si fuera un trofeo de caza. A su lado, su mujer, embutida en un vestido color fucsia radiactivo con tantas lentejuelas que podría cegar a un piloto de avión comercial, intentaba mantener el equilibrio sobre unos zancos de quince centímetros que desafiaban las leyes de la física y la podología.

En la pista de baile, el horror había comenzado temprano. El DJ, un chaval con cara de no haber visto la luz del sol desde el 2010 y que respondía al nombre artístico de "DJ Kike Éxtasis", había decidido que el reggaeton antiguo era la banda sonora adecuada para la digestión del solomillo al whisky.

Paquito bailando

Javier observó fascinado a Paquito, el hermano del novio. Paquito había decidido que la corbata era un instrumento de tortura medieval y se la había anudado en la frente, al estilo Rambo de polígono. En ese momento, estaba en el centro de la pista, ejecutando unos movimientos pélvicos tan violentos que Javier temió sinceramente por la integridad de sus vértebras lumbares. Paquito gritaba "¡Dale, Don, dale!" con la convicción de quien está liderando una revolución, mientras sudaba ríos de tintorro y euforia.

Pero el momento cumbre, la culminación del esperpento nupcial, estaba a punto de ocurrir.

Doña Rogelia, la tía abuela de la novia, una señora de setenta y muchos años que parecía esculpida en granito y mala leche, y que insistía en que a ella el alcohol no le subía, llevaba media hora "hidratándose" con licor de hierbas. Decidió que era el momento de cruzar la pista de baile para reprender al DJ por no poner pasodobles. Iba con la determinación de un tanque Panzer, apartando a los jóvenes con empujones secos de su bolso de charol.

El destino, siempre caprichoso, quiso que su trayectoria se cruzara con la de Mari Pili, una prima segunda conocida por su torpeza legendaria. Mari Pili estaba intentando hacer un *selfie* mientras bailaba, una combinación de actividades para la que claramente no estaba cualificada.

El choque fue inevitable. Fue como ver dos trenes de mercancías colisionar a cámara lenta.

Mari Pili trastabilló hacia atrás, sus tacones resbalaron en una mancha de dudosa procedencia en el suelo de mármol falso, y cayó. Pero no fue una caída grácil. Fue una demolición controlada. En su descenso, sus brazos buscaron desesperadamente algo a lo que aferrarse, y lo único que encontraron fue la falda de seda salvaje de Doña Rogelia.

caos en la boda

El sonido de la tela rasgándose fue eclipsado por el estruendo de Mari Pili aterrizando de culo, llevándose consigo una mesa auxiliar con copas de cava. Pero el daño estaba hecho. La inercia de la caída de Mari Pili había arrastrado la falda de Doña Rogelia hasta los tobillos.

El "Salón Diamante" contuvo el aliento.

Durante tres segundos eternos, trescientos invitados contemplaron una visión que jamás podrían olvidar: Doña Rogelia, impasible como una estatua romana, con la falda por montera, mostrando al mundo unas prendas íntimas de color carne, funcionales, ortopédicas y de una extensión que cubría desde las rodillas hasta el esternón. Eran las fajas de contención definitivas, la última línea de defensa contra la gravedad.

Hubo un silencio sepulcral, solo roto por el sonido de una aceituna rodando por el suelo.

Luego, alguien soltó una risita nerviosa.

Y estalló el caos.

Doña Rogelia empezó a lanzar bolsazos a diestro y siniestro mientras intentaba subirse la falda con una dignidad imposible de recuperar, y Mari Pili lloraba en el suelo rodeada de cristales rotos, preocupada por si se le había roto la pantalla del móvil.

Javier suspiró. No podía más. Necesitaba salir de allí. Necesitaba oxígeno. Necesitaba algo real. Se aflojó el nudo de la corbata, sintiendo que el aburrimiento era un traje que le apretaba demasiado, y se dirigió a la barra libre, lejos de la zona cero del desastre, buscando un refugio antes de fingir un infarto para irse a casa.

Un encuentro 'inesperado'

Pidió un whisky, solo.

—Si pides otro, te van a cobrar alquiler por el taburete —dijo una voz a su espalda.

un encuentro casual

Javier se giró. Era Elena. No la había visto en... ¿quince años? Quizás veinte. Llevaba un vestido verde esmeralda que hacía juego con sus ojos, y aunque las líneas de expresión marcaban el mapa de una vida vivida, su sonrisa conservaba esa chispa peligrosa del instituto. Ambos divorciados, ambos supervivientes de mil batallas domésticas.

—Elena. Dios mío. Sigues teniendo esa capacidad de aparecer cuando uno está planteándose fingir un infarto para irse a casa.

—Lo he pensado —confesó ella, brindando con su copa contra la de él—. Pero mi coche está encajonado en el parking. Estamos atrapados.

—¿Atrapados? —Javier sonrió de medio lado. Sacó el móvil y abrió su aplicación de música, conectándose por bluetooth a un pequeño altavoz portátil que, por deformación profesional, siempre llevaba en la chaqueta—. Nadie está atrapado si tiene el disco adecuado.

—No te atreverás... —dijo ella, reconociendo el brillo en sus ojos.

—¿Te acuerdas del 79? ¿Te acuerdas de cuando Madrid olía a asfalto caliente y a libertad?

—Me acuerdo de Tequila —dijo ella, suavemente—. Me acuerdo de Ariel Rot tocando la guitarra como si le debiera dinero al diablo.

Javier pulsó play. No en el altavoz pequeño. Había hackeado mentalmente el sistema. Se acercó a la mesa de sonido aprovechando que el DJ había ido al baño y conectó su móvil.

Localizó el disco Rock and Roll de Tequila

Lo que sonó no fue música. Fue una declaración de guerra contra el aburrimiento. Era Rock and Roll, la primera pista del disco

La voz de Ariel Rot sorprendió a todo el mundo. Rebeldía, pura y dura. Y chulería.

El riff de guitarra inicial, seco, cortante, puro Stones pero con sabor a bocadillo de calamares y plaza mayor, rasgó el aire acondicionado del salón.

—¡Esto es el principio de todo! —gritó Javier sobre la música, agarrando la mano de Elena—. ¡Escucha eso!

La gente en la pista se detuvo. Los acordes de "Rock and Roll" eran primitivos, directos al estómago. Javier arrastró a Elena al centro de la pista, ignorando las miradas de los invitados estirados.

—¿Oyes esa producción? —le gritó Javier al oído mientras la hacía girar—. Es seca. Sin eco. En 1979, Tequila no quería sonar "bonito", querían sonar urgentes. Venían de Argentina huyendo de la dictadura y se encontraron con una España gris que necesitaba color. ¡Y vaya si le dieron color! Ariel y Alejo no hacían pop, hacían rock and roll clásico, sin pretensiones. ¡Es pura vitamina!

Elena se rió, una carcajada sonora que le quitó diez años de encima de golpe. Se dejó llevar. Sus caderas recordaron movimientos que creía oxidados.

—¡Estás loco, Javier! —gritó ella feliz.

—¡Exacto! —Javier miró hacia la salida de emergencia—. Vámonos. Ahora. Antes de que vuelva el DJ y ponga "Paquito el Chocolatero".

escape de la boda

Salieron corriendo por la puerta lateral, riendo como colegiales que se saltan la última clase, con los ecos del estribillo de Rock and Roll resonando en sus cabezas.

Llegaron al aparcamiento. La noche estaba fresca. Javier sacó las llaves de su coche, un viejo Mercedes restaurado que era su orgullo.

—¿A dónde vamos? —preguntó Elena, apoyándose en el capó, jadeando un poco por la carrera pero con los ojos brillantes.

—Lejos —dijo Javier, abriendo la puerta del copiloto para ella—. A algún lugar donde todo se mueva.

Arrancó el motor. Y mientras el coche salía derrapando levemente sobre la gravilla, Javier puso el segundo tema. Porque si hay una canción que define la confusión maravillosa de estar vivo a los cincuenta y tantos, y sentirse como a los veinte, es esa mezcla de escepticismo y ritmo vacilón.

El coche se deslizó por la autovía vacía. La canción "Y yo que sé...!!" llenaba el habitáculo.

—Me encanta este tema —dijo Elena, subiendo el volumen—. Tiene ese toque reggae-rock, muy de la época, muy Police pero más canalla.

—Es la incertidumbre hecha canción —apuntó Javier, golpeando el volante al ritmo—. Fíjate en la letra. Es perfecta para nosotros ahora. "No sé si vengo o si voy". En el 79 era la confusión adolescente. Ahora es la confusión de la madurez. Ya no tenemos que demostrar nada a nadie, Elena. Solo... fluir.

Javier miró a Elena de reojo. La luz de las farolas la iluminaba intermitentemente.

—¿Sabes? Este disco, Rock and Roll, a menudo se infravalora comparado con el primero de Tequila—continuó Javier, ejerciendo su papel de crítico improvisado—. Pero aquí la banda sonaba mucho más compacta. Julian Infante en la guitarra rítmica era un metrónomo humano, y Manolo Iglesias en la batería... Dios, qué pegada. Escucha el bajo de Felipe. Es el motor. Hacían que pareciera fácil, pero tocar así de "suelto" es lo más difícil del mundo.

Elena le miró con ternura.

—Siempre te pones muy técnico cuando te estás enamorando o cuando estás nervioso, Javier. ¿Cuál de las dos es?

Y yo que sé...!! —respondió él, citando la canción, y ambos estallaron en risas.

la huida

La noche no tiene frenos

Condujeron sin rumbo fijo, dejando que la ciudad se convirtiera en un borrón de luces a sus espaldas. Javier condujo hacia la sierra, buscando aire puro y curvas. La conversación fluía sola: hablaron de sus hijos, de sus divorcios, de las hipotecas pagadas y de los sueños rotos, pero sin amargura, con la ligereza que da la buena música.

—Necesito gritar —dijo Elena de repente—. Necesito soltar energía. Esta boda me ha dejado tensa como una cuerda de violín.

—Tengo la medicina exacta —sonrió Javier.

Buscó en la lista de reproducción. Si había una canción en ese disco capaz de levantar a un muerto, era esa. La que convertía cualquier situación en una persecución de película de acción.

La energía frenética de "Me vuelvo loco" inundó el coche. Esas guitarras machaconas, el ritmo acelerado, casi punk en su actitud pero rockabilly en su ejecución.

—¡Acelera! —pidió Elena.

Javier pisó el acelerador (dentro de los límites legales, pero sintiéndolo como si fuera un Fórmula 1). —¡Fíjate en esto! —gritó Javier sobre la música—. ¡Es el himno definitivo contra el aburrimiento! Tequila no habla aquí de amor, habla de desesperación vital. "No puedo soportar estar así todos los días, es siempre la misma rutina". ¡Es lo que sentimos nosotros, Elena! La vida se convierte en marcar números de teléfono, en esperar a que pase algo... Ariel y Alejo convirtieron esa ansiedad en pura fiesta. No hay descanso. ¡Es imposible no moverse!

Elena empezó a bailar en el asiento del copiloto, moviendo los brazos, haciendo air guitar. Javier se contagió. Era una liberación. En ese momento no eran dos adultos respetables de casi sesenta años agobiados por la rutina; eran dos energías puras rompiendo el molde. El disco Rock and Roll no era solo una colección de canciones; era un manual de instrucciones para no oxidarse.

Llegaron a un mirador en lo alto de un puerto de montaña. Javier frenó el coche. El silencio de la montaña contrastó brutalmente con el final de la canción. Se bajaron del coche. La ciudad brillaba abajo como un ascua gigante.

Elena se acercó al borde del mirador. El viento movía su vestido. Javier se acercó por detrás, pero manteniendo una distancia respetuosa.

—Todo cambia tan rápido... —murmuró ella—. Hace un rato estaba en una boda aburrida pensando que mi vida ya era solo esperar a ser abuela. Y ahora estoy aquí, con el chico que me gustaba en 3º de BUP, escuchando a Tequila.

—El mundo gira —dijo Javier suavemente—. Pero nosotros seguimos aquí.

Puso la siguiente canción. "Todo se mueve". Era el momento de la transición. De la locura del viaje a la intimidad del destino.

La canción empezó a sonar, con ese ritmo más pausado pero contundente, una estructura de rock clásico que invita a caminar con paso firme.

—Esta canción es la clave del disco —dijo Javier, acercándose un paso más—. Habla de la inestabilidad. "Todo se mueve, cambia de color". Es lo que nos pasa. Pensamos que a nuestra edad todo debería estar estático, fijo. Pero no. Seguimos moviéndonos. Y eso es bueno, Elena. Significa que estamos vivos. La crítica de la época decía que Tequila eran solo chicos guapos para portadas de la Super Pop, pero escuchando esto... hay una madurez musical increíble. Sabían construir una atmósfera.

Elena se giró y le miró a los ojos. La luz de la luna suavizaba sus rasgos.

—Deja de hacer de crítico musical por un minuto, Javier.

—Es mi defensa natural.

—Baja la guardia.

Elena extendió la mano. Javier la tomó. Se quedaron allí, escuchando cómo Alejo Stivel cantaba sobre un mundo cambiante, sintiendo que, por primera vez en años, el cambio era algo positivo.

Besos que saben a vinilo

El silencio del mirador no era incómodo; estaba lleno de ecos. Abajo, las luces de Madrid parpadeaban como una constelación caída, pero allí arriba, apoyados en el capó del viejo Mercedes, solo existían ellos dos y la música que flotaba desde las puertas abiertas del coche.

Javier notó que el frío de la sierra empezaba a calar, pero no quería romper el momento sugiriendo volver al interior. Elena abrazaba sus propios brazos, mirando el horizonte.

—¿Te acuerdas de por qué rompimos en el 85? —preguntó ella de repente.

—Porque yo quería ser fotógrafo en Londres y tú querías estudiar arquitectura en Barcelona —respondió Javier sin dudar—. Y porque éramos jóvenes y estúpidos y pensábamos que el amor era algo que podías pausar y rebobinar como una cinta de casete.

Elena sonrió con melancolía.

—Llevamos treinta años corriendo en direcciones opuestas, Javier. Matrimonios, hijos, divorcios, trabajos que nos chupan la sangre... Y sin embargo, esta noche, con este disco... parece que solo ha pasado un fin de semana.

Javier se giró hacia el coche. Sabía exactamente qué canción venía ahora. Era la canción. La que no necesitaba explicaciones. La que derribaba defensas.

La batería marcó el inicio, seca y contundente, seguida de ese riff juguetón y chulesco. "Quiero besarte". No había sutilezas en el título, ni en la letra. Era deseo puro, destilado y servido en copa de balón.

Quiero besarte, y no sé cómo empezar... —canturreó Javier, acercándose a ella.

La letra de la canción actuaba como un guion perfecto. Tequila, en su genialidad simple, había capturado la duda y la urgencia del deseo. Javier se colocó frente a Elena. Ya no eran dos desconocidos en una boda; eran los protagonistas de su propia película.

—Javier, somos muy viejos para esto —susurró ella, aunque no retrocedió ni un milímetro.

—Tonterías —replicó él—. Escucha la guitarra. Escucha cómo sube la intensidad. El rock and roll no tiene edad, Elena. El deseo tampoco. Esta canción es del 79, pero suena como si la hubieran escrito esta mañana para nosotros. Es directa. Sin juegos mentales.

Javier levantó la mano y acarició suavemente la mejilla de Elena. La piel era más suave de lo que recordaba, o quizás sus manos habían aprendido a tocar con más delicadeza con los años.

—La crítica dijo de este tema que era "pegajoso". Se equivocaron. Es magnético. Como tú.

Elena cerró los ojos, dejándose llevar por la melodía que envolvía el aire de la montaña.

—Cállate y haz caso a la canción, Javier.

el beso

Y entonces, justo cuando el estribillo rompía con toda su fuerza, se besaron. No fue un beso tímido de adolescentes, ni un beso protocolario de saludo. Fue un beso con historia, con treinta años de hambre atrasada, un beso que sabía a reencuentro y a whisky de boda y a la libertad de la noche. Fue un beso cinematográfico bajo la luz de la luna, con Madrid a sus pies y la voz de Alejo Stivel dándoles la bendición.


El amanecer de los cuerdos

El beso terminó, pero no se separaron. Se quedaron frente con frente, respirando el mismo aire, mientras la lista de reproducción avanzaba hacia su final. La adrenalina de "Me vuelvo loco" y la tensión de "Quiero besarte" habían dado paso a una calma profunda, esa paz que solo llega después de una tormenta perfecta.

Sonaron los primeros acordes de la última canción elegida. Una balada, pero no una cualquiera.

"Hoy quisiera estar a tu lado" empezó a sonar. Es una de las joyas ocultas del disco, una canción que destila una ternura infinita, lejos de la pose de chicos malos del rock.

—Esta es mi favorita —confesó Elena, apoyando la cabeza en el hombro de Javier.

—Lo sé —dijo él, rodeándola con el brazo para protegerla del frío—. Siempre lo fue.

Escucharon la letra en silencio. "Hoy quisiera estar a tu lado, ver el mundo con tus ojos...".

—¿Sabes qué? —dijo Javier, mirando las luces de la ciudad que empezaban a palidecer con el anuncio del amanecer—. Creo que la reseña de este disco estaría incompleta si no dijera esto: Rock and Roll de Tequila no es solo un disco de fiesta. Es un disco sobre estar vivo. Tiene la euforia, sí, pero termina con esto. Con la necesidad de conexión. De estar al lado de alguien.

Elena levantó la vista y le miró.

—¿Y ahora qué, Javier? ¿Volvemos a la boda? Doña Rogelia debe estar preguntándose dónde estamos.

—Al diablo con la boda —se rió él—. Tengo el depósito lleno, un disco increíble y a la chica más guapa de Madrid a mi lado. Propongo que sigamos conduciendo hasta que se acabe la carretera o hasta que se ralle el disco.

—Me parece el plan más sensato que has tenido en cuarenta años —respondió ella.

Se subieron al coche. Javier arrancó el motor, que rugió suavemente, mezclándose con los últimos acordes de la canción. El Mercedes dio la vuelta y se alejó del mirador, no hacia la boda, ni hacia sus casas vacías, sino hacia el horizonte, donde el sol empezaba a pintar el cielo de colores que prometían, por fin, una segunda oportunidad.

El coche desapareció en la curva, dejando atrás solo el eco de una noche perfecta y la certeza de que, a veces, un buen disco de rock and roll puede salvarte la vida.

Epílogo y Reseña

icono radio
epilogo rock and roll

Rock and Roll vio la luz el 1 de enero de 1979, bajo el sello Zafiro, consolidando a Tequila como la banda más importante del momento en España. Fue grabado en los estudios Audiofilm de Madrid y producido por la propia banda, lo que les otorgó un sonido más crudo y auténtico que en su debut. Aunque las cifras exactas de ventas de la época son difusas debido a la informalidad de la industria en aquellos años, el álbum fue un éxito comercial rotundo, alcanzando el estatus de Disco de Oro y colocando varios sencillos en el número 1 de las radiofórmulas, especialmente "Quiero besarte" y "Me vuelvo loco".

La crítica del momento, a menudo escéptica con los fenómenos de fans (y Tequila lo era, con histeria colectiva en sus conciertos), tuvo que rendirse ante la evidencia: aquello no era solo imagen. Había una solvencia instrumental innegable. Ariel Rot y Julián Infante tejían guitarras que bebían de Chuck Berry y los Stones, mientras que la base rítmica de Felipe Lipe y Manolo Iglesias era una apisonadora. Con el paso de las décadas, la valoración del disco ha crecido exponencialmente. Ya no se ve como un producto de consumo juvenil, sino como una piedra angular del rock en español, el puente necesario entre el rock progresivo y aburrido de los 70 y la explosión creativa de la Movida Madrileña que vendría después. Hoy, Rock and Roll es considerado un clásico indiscutible, un álbum que capturó la alegría de vivir de una España que despertaba a la libertad.

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La Opinión del Yeyo

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Recuerdo perfectamente cuando surgieron los Tequila, yo tenía entre 13 y 14 años, y era un perfecto crio, muy infantil, y solo escuchaba la radio porque mi hermana mayor si seguía la música de aquellos tiempos, y escuchaba los 40 principales. De eso lo recuerdo. Realmente, no me empecé a interesarme en los Tequila, hasta que sacaron el single Salta, que fue un bombazo, y a mi personalmente, me enganchó. A partir de ahí, aunque Tequila se disolvió, siempre ha quedado en mi memoria musical, una huella indeleble, que ha dejado en mi subconsciente, esta banda y su música.

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Como tantas y tantas veces, a lo largo de mi adolescencia y mi juventud más temprana, por motivos económicos, el maldito dinero, he tenido que posponer la escucha y disfrute de tanta buena música que surgía por aquellos 70 y 80, que eran realmente maravillosos, y muy prolíficos en buen rock y buen pop. Este es un caso más. Hasta que no llegaron los 90, y mi independencia económica, no pude escuchar muchos de estos discos apartados.

Rock and Roll, de Tequila, fue uno de los que me descargué en la época de las descargas alegales. Y me encantó. Tiene un ritmo y un rock acelerado, muy típico del punk de la época en la que salió, y puso a toda la juventud de entonces a mover el esqueleto. Es un chute de energía en vena, pero con jeringa de caballo. Si necesitas un impulso para ponerte a trabajar, dale al play con este disco, y te pondrás a mil. En aquellos tiempos, fue una auténtica revolución. Recuerdo verlos por televisión, y el fenómeno de fans era realmente de locura. Además, era una época, digamos, peligrosa, pues no estaban los tiempos para muchas locuras. Era el postfranquismo reciente, y había miedo en dar pasos hacia la libertad, no fuera que algunos lo interpretaran como libertinaje, y dieran un golpe en la mesa y volviéramos a la oscuridad. Estos tíos sí fueron nuestra luz, la de nuestra juventud, y adolescencia. Nos guiaron hacia la libertad, y hacia los 80. La famosa Movida Madrileña tomó buena nota de Tequila. Y La Playlist del Yeyo debe tener a Tequila entre su repertorio. Y este disco es un buen ejemplo. Música española, de la buena.


Podeis visitar la página de La Playlist del Yeyo, en la que están ubicados todos los videos colgados en el blog, a modo de playlist, incluidos los de Tequila, para que los disfruteis todos juntos, y en el orden que querais. También teneis una emisora con La Radio del Yeyo, que contiene los hits de las décadas de finales del siglo XX. Y si buscas una canción o un video que no está en La Playlist del Yeyo, lo puedes localizar en el Buscador del Yeyo, procurando especificar bien el video o canción que quieres localizar.

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Publicado diciembre 08, 2025 por Aurelio Vázquez Sánchez con 0 comentarios

The Rolling Stones-Beggars Banquet

Beggars Banquet alternativo

El último banquete en el mar del Norte

El mar del Norte no perdona, pero el Gobierno Británico tampoco.

A las tres de la madrugada, las aguas negras golpeaban el casco oxidado del MV Caroline como si fueran puños de gigantes intentando derribar una puerta. El viejo arrastrero, reconvertido en fortaleza flotante, crujía bajo la embestida de una tormenta que parecía enviada por el mismísimo Parlamento. Pero el verdadero peligro no eran las olas de seis metros. El verdadero peligro era la silueta gris, afilada y silenciosa que había aparecido en el radar hacía menos de una hora: un destructor de la Royal Navy.

Julian "El Lobo" Black se pasó una mano por la cara, frotándose los ojos enrojecidos por la falta de sueño y el exceso de nicotina. Desde la cabina de transmisión, veía las luces de búsqueda del buque de guerra barriendo la niebla, acercándose cada vez más.

—Se acabó el juego, Julian —dijo Kat, entrando en la cabina con dos tazas de café que temblaban en sus manos—. Han cruzado la línea de las tres millas. Ya no les importa la jurisdicción internacional.

Julian miró por la ventana salpicada de salitre. Tenía razón. Durante años, barcos como el suyo habían burlado la ley emitiendo desde aguas internacionales. Eran los años de la radio pirata, la única válvula de escape para una juventud que se asfixiaba. Mientras la BBC, controlada por hombres grises de trajes almidonados, racionaba el pop inofensivo en dosis de media hora, los piratas les daban lo que realmente querían: rock and roll, sucio, libre y las veinticuatro horas del día.

emisora pirata

Pero el verano del amor se había podrido. El gobierno había aprobado la "Ley de Delitos de Radiodifusión Marina". De golpe, suministrar comida, combustible o incluso música a barcos como el MV Caroline se había convertido en un crimen penado con cárcel. Habían asfixiado a la competencia, hundido las otras estaciones, cortado los suministros y silenciado las voces libres. Solo quedaban ellos. La Playlist del Yeyo. Eran el último bastión. Un grano purulento en el culo de la moralidad británica.

—Nos persiguen como si lleváramos armas nucleares, Kat —murmuró Julian, encendiendo otro cigarrillo con el que ya tenía en la boca—. Y todo porque nos atrevemos a poner discos que no hablan de tomar el té con la abuela. Tienen miedo.

—Tienen órdenes de abordaje, Julian. Dicen que somos una amenaza para la seguridad nacional. Dicen que corrompemos a la juventud.

—¿Corromper? —Julian soltó una risa amarga y miró la caja de cartón sin marcar que había llegado de contrabando esa misma tarde, escondida entre cajas de latas de alubias—. No, cariño. Lo que hacemos es despertarles. Y esta noche... esta noche les vamos a dar una última lección antes de que nos corten los cables.

Se ajustó los auriculares. Le temblaban las manos, pero no por el frío, ni por el miedo a la cárcel que le esperaba en tierra firme. Le temblaban por lo que sostenía entre sus dedos manchados de tinta. Le había llegado esa misma tarde. Un vinilo de prueba, un acetato sin etiquetas, robado directamente de las oficinas de Decca en Londres antes de que los censores pudieran meterle mano.

Julian en su emisora

—Atención, bastardos, inadaptados y noctámbulos —dijo Julian al micrófono, su voz ronca acariciando las ondas de radio que llegaban hasta la costa, colándose en los dormitorios de miles de adolescentes que escuchaban bajo las sábanas—. Estáis escuchando "La Playlist del Yeyo", el único refugio que os queda. Sé que la Marina Real está ahí fuera. Veo sus luces entre la niebla. Quieren callarnos. Dicen que somos peligrosos porque no seguimos sus reglas.

Julian hizo una pausa dramática. El buque de guerra lanzó un destello de advertencia que iluminó la cabina brevemente, revelando las paredes cubiertas de pósters arrancados y listas de éxitos tachadas.

—Quieren que seáis ciudadanos ejemplares. Quieren que escuchéis música segura. Pero antes de que nos hundan —continuó Julian, posando la aguja sobre el surco con la delicadeza de un artificiero desactivando una bomba—, vamos a daros un banquete. El Beggars Banquet. Los Rolling Stones han vuelto. Y olvidad las flores y la psicodelia barata del año pasado. Olvidad la paz y el amor. El sueño hippie ha muerto. Esto... esto es sangre, barro y realidad.

El primer track no explotó; se deslizó como una serpiente. Sympathy For The Devil. Un ritmo de samba, tribal, hipnótico. Julian subió el volumen al máximo, haciendo que los medidores de aguja golpearan el rojo.

—Escuchad esto... —susurró Julian sobre la intro—. No son guitarras eléctricas. Son congas. Son gritos de la selva. Mick no está cantando sobre chicas; está canalizando al mismísimo Diablo.

La canción llenó la pequeña cabina. "Please allow me to introduce myself...".

Kat se acercó a la mesa de mezclas, con una botella de whisky medio vacía en la mano.

—Es hipnótico —dijo ella, cerrando los ojos y moviéndose despacio—. Es como si estuvieran invocando algo. Es... sofisticado pero primitivo.

—Es el fin de la inocencia, Kat —respondió Julian, fascinado—. Mira lo que hacen. Han cogido el blues, lo han mezclado con vudú y han creado una pista de baile para el infierno. El piano de Nicky Hopkins es lo único que mantiene la cordura ahí, mientras Jagger se pasea por la historia de la humanidad matando a los Kennedy y a los zares. Esto no es pop, es una declaración de guerra cultural.

Julian y Kat en la emisora

El barco se inclinó violentamente. Un golpe metálico resonó en la cubierta exterior.

—Están intentando abordar —dijo Kat, mirando hacia la escotilla—. Tenemos que cortar la emisión.

—¡Ni hablar! —gritó Julian—. Si vamos a caer, caeremos con la mejor banda sonora posible.

Cambió de canción rápidamente. Necesitaban bajar las revoluciones, necesitaban despedirse. La aguja encontró el siguiente surco y una guitarra slide acústica, doliente y cristalina, cortó la tensión. No Expectations.

El sonido era puro, acústico, despojado de artificios.

—Escuchad esa guitarra —dijo Julian a sus oyentes invisibles, con la voz quebrada—. Ese es Brian Jones. Dicen que está acabado, que apenas puede tenerse en pie, pero escuchad... es su canto del cisne. Nunca ha tocado con tanta tristeza.

Kat se sentó en el suelo, abrazando sus rodillas.

—Es la resaca de la fiesta de los sesenta —murmuró—. Se acabaron los sueños. "Our love is like our music, it's here and then it's gone". Es precioso, Julian. Es la cosa más triste y real que han grabado.

—Es la vuelta a las raíces —añadió Julian al micro—. Sin pedales fuzz, sin distorsión. Solo country-blues puro. Están sentados en círculo, tocando como si estuvieran en un porche del Mississippi, no en un estudio de Londres.

De repente, la luz de la cabina parpadeó. El generador estaba fallando.

—¡Maldita sea! —Julian golpeó la mesa—. Necesitamos energía. ¡Necesitamos algo sucio!

Buscó en el disco frenéticamente. Lo encontró. Parachute Woman.

—¡Kat, sujeta la puerta! Les voy a dar algo que les revuelva las tripas a esos estirados de la Marina.

El sonido era denso, pantanoso. La batería de Charlie Watts sonaba como si estuviera golpeando cajas de cartón en una habitación húmeda.

—¿Lo oís? —rio Julian, con una risa maníaca—. Suena como una grabación de campo antigua. Jimmy Miller, el productor, es un genio. Ha hecho que los Stones suenen como una banda callejera otra vez. Hay eco, hay suciedad en la cinta. Es sexo, puro y duro. "Parachute Woman, land on me tonight...".

Kat se levantó y empujó un armario viejo contra la puerta. Los golpes al otro lado eran cada vez más fuertes.

Kat atrancando la puerta

—¡Abre en nombre de la Reina! —se oyó una voz amortiguada.

—¡Aquí la única reina es Mick Jagger! —gritó Kat, contagiada por la energía lasciva y pesada del blues que retumbaba en los altavoces.

—Esos graves... —comentó Julian, fascinado por la técnica—. Han saturado la cinta a propósito. Quieren que suene roto. Es la antítesis de los Beatles. Es imperfección gloriosa.

La puerta crujió. Una astilla de madera saltó por los aires.

—Se acaba el tiempo, Julian.

—Aún no. Aún nos queda el rompecabezas. Jigsaw Puzzle.

La canción comenzó con ese ritmo arrastrado, casi torpe, que se iba construyendo poco a poco.

—Aquí es donde Dylan se encuentra con el rock de bar —analizó Julian rápidamente para su audiencia, sabiendo que cada segundo contaba—. Jagger está escupiendo imágenes surrealistas. "Hay un vagabundo en mi puerta...". Todos somos vagabundos esta noche, amigos.

La guitarra slide de Richards chillaba como un gato en celo. La canción crecía, se volvía caótica, una jam session que parecía a punto de descarrilar pero que se mantenía unida por pura actitud.

—Fijaos en cómo la banda lucha entre sí —dijo Julian, sudando—. El bajo de Bill Wyman se pelea con el piano, la guitarra se cruza... es una anarquía musical que funciona perfectamente. Es el sonido de una sociedad que se desmorona, pieza a pieza.

¡CRACK! La puerta cedió unos centímetros. Una linterna potente barrió la oscuridad de la cabina, cegando a Kat momentáneamente.

—¡Están dentro! —gritó ella.

Julian agarró el micrófono con ambas manos.

—¡Escuchadme bien! Pueden quitarnos el transmisor, pueden hundir este barco, pero no pueden parar lo que está pasando en las calles. ¡No pueden parar el verano del 68!

Puso la siguiente pista. La guitarra acústica más agresiva de la historia comenzó a sonar.

—¡Esto es lo que temen! —rugió Julian mientras la canción explotaba—. ¡Escuchad esa distorsión! ¡Y no son eléctricas! Keith Richards grabó esto en una grabadora de casete barata y la saturó hasta que sonó como una bomba. Es rabia pura. Esto pasará a la historia, seguro. Street Fighting Man.

La canción era un himno de marcha, un llamado a la revuelta, pero con esa ambigüedad cínica típica de los Stones.

—"El momento es propicio para una revolución violenta" —citó Julian—. París está ardiendo, Londres está marchando, y nosotros estamos aquí, en medio del mar, poniendo la banda sonora. Este disco, Beggars Banquet, es el sonido de la calle golpeando las ventanas de los palacios.

Dos oficiales uniformados irrumpieron en la cabina, apartando los muebles destrozados. Kat se lanzó sobre uno de ellos para intentar frenarlo, pero fue apartada.

—¡Corten la corriente! —ordenó el oficial.

La policia entra en la cabina

Julian sabía que le quedaban segundos. Tenía una carta más. Una canción que no estaba en el álbum, pero que era el alma de esa nueva era. El sencillo que lo había empezado todo unos meses atrás.

—¡Una última cosa! —gritó Julian, esquivando la mano del oficial que intentaba agarrar el brazo del tocadiscos—. ¡Podéis arrestarnos, pero esto es un gas!

Sacó un sencillo de 45 revoluciones de entre los otros discos y, con un movimiento rápido, lo lanzó al plato, empujando la aguja sin delicadeza.

El riff. EL RIFF. Jumpin Jack Flash.

Ese sonido que definía el rock and roll. Seco, directo, inmortal.

—¡I was born in a cross-fire hurricane! —cantó Julian a pleno pulmón, riéndose en la cara de la autoridad.

La música sonaba gloriosa, tapando los gritos de los oficiales, el ruido de la tormenta y el miedo. Era la afirmación de la vida frente a la represión. "It's all right now, in fact it's a gas!".

El oficial arrancó los cables. El sonido hizo un pop sordo y se desvaneció en un zumbido estático.

La luz roja de "ON AIR" se apagó.

Pero en la oscuridad repentina, con la lluvia golpeando el metal y el olor a equipo quemado, Julian y Kat sonrieron. Habían dado el banquete. Y nadie podría quitárselo ya a los miles de chicos que, en sus habitaciones, con la radio bajo la almohada, acababan de descubrir que el rock and roll había vuelto para salvar sus almas.

funeral del movimiento hippie

Para cuando la última nota se desvaneció en las radios clandestinas de aquel 1968, el sueño hippie ya había muerto de sobredosis. Las flores en el pelo se habían marchitado y la realidad golpeaba a la juventud con la fuerza de una porra policial en una manifestación. En ese contexto de Vietnam, de París ardiendo y de promesas rotas por un sistema caduco, Beggars Banquet no aterrizó simplemente como un disco más; fue un ladrillo sonoro arrojado contra el escaparate del "establishment" británico.

Mientras otros aún intentaban salvar el mundo con cánticos de paz, los Stones bajaron al barro del blues y el country para decirnos la verdad incómoda: que el diablo estaba entre nosotros, que la inocencia se había perdido y que la calle era el único campo de batalla que importaba. Para una generación asfixiada por la moral victoriana de sus padres y la hipocresía de la BBC, pinchar este álbum a todo volumen no era un acto de ocio; era un acto de legítima defensa cultural. Era la confirmación de que no estaban equivocados por sentir rabia; estaban, simplemente, despiertos.

Epílogo y Reseña

icono radio

Cuando Beggars Banquet, de los Rolling Stones, aterrizó finalmente en las estanterías el 6 de diciembre de 1968, lo hizo envuelto en una nube de polémica que ya presagiaba su contenido, pues su lanzamiento se había retrasado durante meses debido a una agria disputa entre la banda y su discográfica, Decca, que se negó rotundamente a publicar la portada original propuesta por el grupo, la cual mostraba un inodoro sucio de un taller mecánico repleto de grafitis, obligando a los Stones a conformarse con la famosa invitación blanca minimalista que imitaba una tarjeta de boda elegante, una ironía visual para esconder la suciedad sonora que aguardaba en los surcos. A pesar de llegar al mercado en la recta final del año y tener que competir directamente con el White Album de The Beatles, el disco fue un éxito comercial rotundo e inmediato, escalando hasta el puesto número 3 en las listas del Reino Unido y alcanzando un sólido número 5 en el Billboard 200 de Estados Unidos, donde con el tiempo sería certificado como disco de Platino al superar el millón de copias vendidas, consolidando la presencia de la banda en el mercado americano.

epilogo beggars banquet

Sin embargo, más allá de las frías cifras, el verdadero triunfo del álbum fue su recepción crítica, que fue recibida como un suspiro de alivio por la prensa musical de la época; tras el experimento psicodélico y algo desenfocado de Their Satanic Majesties Request, la crítica aclamó este trabajo como un "regreso a la forma" magistral, elogiando la crudeza y la honestidad con la que Jagger y Richards abrazaban de nuevo el blues y el country, despojándose de pretensiones barrocas para bajar al barro de la música de raíces. Con el paso de las décadas, la valoración de Beggars Banquet no ha hecho más que crecer, siendo considerado hoy unánimemente como la piedra angular sobre la que se edificó la leyenda de "La Banda de Rock and Roll Más Grande del Mundo" y el inicio de su racha dorada inigualable —la famosa Big Four— junto a Let It Bleed, StickyFingers y Exile on Main St.. Es el disco que definió su identidad sonora definitiva gracias a la inestimable, y por primera vez presente, producción de Jimmy Miller, quien supo capturar como nadie el peligro, la sexualidad y la amenaza política que la banda destilaba, convirtiendo un puñado de canciones acústicas en un manifiesto generacional que, más de medio siglo después, sigue sonando tan peligroso y urgente como aquella noche en el mar del Norte.

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La Opinión del Yeyo

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Ya he dicho en otras ocasiones que de los Rolling Stones, (a los cuales empecé a seguir de manera más decidida, a partir de los 90’s) solo escuchaba sus grandes éxitos, incluso me descargué el Forty Licks, un recopilatorio de principios del siglo XXI, que me encantó en cuanto salió, y lo quise tener, sin mas demora. Me lo grabé en un par de CD’s vírgenes, y aun los conservo. Eso no quiere decir que no hubiera escuchado nada antes. Había oído muchas de sus tremendas canciones, pero no les había dado la importancia que tienen, y que les empecé a dar después.

Pero a profundizar en su obra, de manera mas extensa e intensa, lo llevo haciendo desde entonces, desde ese Forty Licks, que me enamoró. Y cuando le tocó el turno a este Beggars Banquet, pues no podía ser de otra manera, me volvió loco. Desde el punto de vista histórico, he leído que entre el Between the Buttons, y este Beggars Banquet, hubo un pequeño flirteo con la psicodelia, que no fue a mayores, y rápidamente volvieron a lo que mas les caracteriza, este rock, tan brutal, tan primitivo, pero tan genial.

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Este disco suena maravillosamente bien; la genialidad de Keith Richards, tocando esas guitarras, la acústica, y la afilada eléctrica, me recuerdan al viejo oeste, en muchas de sus canciones, es el auténtico country; no quiero dejar de destacar, No Expectations, donde el gran Brian Jones, se exhibió con su guitarra, dando lugar a uno de los momentos mas bonitos del álbum. De vez en cuando aparecen por ahí, distintas percusiones, o incluso un piano, que hace las delicias de mis oídos. Y finalmente destaco la voz inconfundible y sensacional de Mike Jagger, dando más lustre y brillo a todo el conjunto del álbum. Este es un sello de identidad de la banda.

Y como no, una de las canciones míticas del álbum, de los Rolling Stones, y de la década: Street Fighting Man. Un temazo, y de lo mejorcito que se puede escuchar en la historia del rock del siglo XX, y de la historia. No exagero ni un ápice, a mi personalmente esta canción me tiene loco. Esta y la que publicaron antes del Beggars Banquet, para promocionarlo: Jumpin Jack Flash, que para mí, son de lo mejorcito del rock de la historia. No quería dejarla aparte, pues no puede faltar en La Playlist del Yeyo. No entiendo porqué no está incluida en el álbum, habría tenido hueco seguro. Y habría hecho brillar más, si cabe, este discazo. Yo ahí lo dejo...


Podeis visitar la página de La Playlist del Yeyo, en la que están ubicados todos los videos colgados en el blog, a modo de playlist, incluidos los de los Rooling Stones, para que los disfruteis todos juntos, y en el orden que querais. También teneis una emisora con La Radio del Yeyo, que contiene los hits de las décadas de finales del siglo XX. Y si buscas una canción o un video que no está en La Playlist del Yeyo, lo puedes localizar en el Buscador del Yeyo, procurando especificar bien el video o canción que quieres localizar.

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Publicado diciembre 01, 2025 por Aurelio Vázquez Sánchez con 0 comentarios

U2-Achtung Baby

Achtung Baby alternativa

El Diario Achtung

La cinta de cassette

El aire en el antiguo sector oriental de Berlín olía a escombros, pólvora vieja y el persistente hedor metálico del cambio. Era el principio de 1992, y la ciudad unificada era un campo de juego surrealista donde los antiguos “fantasmas” de la Stasi bailaban en discotecas *techno* recién abiertas, intentando pasar por empresarios.

Erich Brandt no bailaba. Erich se movía, que no era lo mismo.

Se deslizó por la calle Gormannstraße, que pronto se llenaría de galerías de arte, pero que ahora solo ofrecía fachadas desconchadas y promesas vacías. Llevaba dos años escondido a plena vista. Antiguo analista de la “Hauptverwaltung Aufklärung (HVA)” el servicio de inteligencia exterior de la Stasi, su rostro era una ficha fría en archivos que se quemaban lentamente o eran vendidos al mejor postor. Su activo más peligroso no era lo que sabía, sino lo que había escrito. Sus diarios.

Se detuvo en la esquina. El cruce de la Torstraße era un estruendo de tranvías, bocinas y gritos de obreros que derribaban un edificio gris de la era soviética. El ruido. Era lo que más lo atormentaba. El silencio en la RDA era una jaula, pero el ruido en la nueva Alemania era una sirena que lo exponía.

Se dirigió al número 212, un edificio que había sido el hogar de su contacto, Ludwig, un antiguo librero que traficaba con información sensible. Erich pulsó el interfono, una mueca de cemento gris, y sintió el escalofrío en la base de la nuca. Ludwig no respondía.

la cinta de cassette

La puerta de madera, hinchada por la humedad, cedió al empujón, rechinando. El piso de Ludwig estaba vacío. No solo desocupado, sino “vaciado”. Faltaba todo: los libros, la cama, hasta el polvo parecía haber sido barrido por una mano profesional. Excepto por algo en la mesa de la cocina. Una pequeña cinta de “cassette” de cromo, con una etiqueta escrita a mano: "ZOO STATION".

Erich frunció el ceño. Ludwig no escuchaba música pop. Era un devoto de Bach y las marchas militares. Esto era un mensaje. Un mensaje cifrado.

Tomó el cassette y salió rápido. Necesitaba un lugar seguro, lejos de esa sensación de vacío que ahora le apretaba el estómago. Caminó de forma automática hacia la Alexanderplatz, ignorando el brillo ofensivo de los anuncios de neón occidentales. Se metió en el metro, dirigiéndose a un bunker personal que mantenía bajo un antiguo almacén cerca de la estación Zoologischer Garten, el famoso "Zoo Station".

Mientras el metro corría por el túnel oscuro, sacó un viejo walkman del bolsillo de su gastada chaqueta de cuero. Dudó. Si esto era una trampa, la música podía ser la señal. Pero si era la única pista de Ludwig, no podía ignorarla.

Introdujo el cassette. Pulsó 'Play'.

El sonido que llenó los auriculares no era un himno. Era una declaración. Era un “ruido de motor, una guitarra sucia, un ‘beat’ distorsionado y la voz filtrada de Bono”, gritando:

I'm ready, I'm ready for the laughing gas

I'm ready, I'm ready for what's next...

I'm ready to let the devil in...

Aquel no era el U2 de la piedad y la política, el U2 de los pósters. Era una criatura nueva, algo áspero, sexy y profundamente desorientado. Era el Achtung Baby.

Erich sintió un escalofrío. "Zoo Station". Un nombre, una dirección. El nuevo álbum de U2, que había salido hace poco, era la banda sonora de su paranoia. Ludwig le estaba diciendo que se dirigiera allí, o quizás, que ya había pasado por allí. Pero la música... la música era el mensaje real. Era un reinicio. Un borrado.

¿Qué demonios es esto, Ludwig? pensó.

El Encuentro en la Estación de la Vergüenza

Salió del metro en la Zoologischer Garten. La estación, en el corazón del Berlín occidental, era un laberinto de luces brillantes, tiendas de souvenirs baratos y el rastro de la desesperación. Se dirigió al kiosko de periódicos en el nivel inferior, comprando un Frankfurter Allgemeine Zeitung para disimular.

Mientras hojeaba la sección de cultura, buscando algo que le diera sentido a la pista de Ludwig, una voz femenina con un acento irlandés melódico pero firme, le habló por encima del hombro.

-Disculpe, ¿sabe dónde puedo encontrar una copia del álbum Achtung Baby de U2? Sé que está en todas partes, pero busco una edición con la pegatina promocional. Es para un artículo.

Erich, con el instinto del antiguo espía, no se giró de inmediato. Se concentró en las líneas del periódico.

-Mire en KaDeWe- respondió con un alemán neutro. -Lo tendrán.

-Ya lo he hecho- dijo ella, y ahora se movió para que él pudiera verla.

Anna y Erich se conocen

Era joven, quizás de veinticinco años, con un cabello rojo vibrante que era demasiado brillante para ser natural, y unos ojos verdes que lo miraban con una mezcla de curiosidad profesional y audacia. Llevaba una cámara fotográfica con una correa de cuero gastada colgando del cuello y una libreta Moleskine en la mano.

-Soy Anna Quinn, del Dublin Music Post- dijo ella, extendiendo la mano con un apretón firme. -Estoy cubriendo la vida en Berlín, y la banda sonora de la reunificación. Necesito hablar con alguien que entienda este nuevo sonido. Y vi su chaqueta.

-¿Mi chaqueta? -Erich casi sonrió.

-Sí. La chaqueta. Es una statement. Es una pieza del antiguo Berlín, ahora en la nueva. Y... estaba escuchando a U2 en su walkman. "Achtung Baby". Eso no es música para turistas.

Erich la observó. No parecía una amenaza. Parecía... despistada, pero con un propósito. Si Ludwig le había dejado el cassette, quizás esta periodista musical era parte del plan. Un despiste. O un punto de contacto.

-Soy Klaus Richter -mintió, pero le dio la mano. -Y no, no es música para turistas. Es el sonido de algo que se rompe.

Anna sonrió, una sonrisa luminosa que contrastaba con la penumbra de la estación.

-¡Exacto! Y eso es lo que intento descifrar. La crítica es que U2 ha pasado de la grandilocuencia de The Joshua Tree a algo irónico, algo feo, algo sexual... -Hizo una pausa, hojeando su libreta.

-Usted lo ha dicho -asintió Erich, ahora intrigado. Era la primera vez en años que podía hablar con alguien sobre algo que no fuera supervivencia.

-Mucha gente en el oeste dice que se están burlando de sí mismos. Pero yo creo que están siendo brutalmente honestos. Están diciendo: el Viejo Mundo está muerto, y no sabemos qué sigue.

Anna cerró su libreta.

Anna y Erich en una cafeteria

-Mire, Klaus... ¿puedo invitarle a un café y me cuenta qué significa este álbum para un berlinés que ha vivido el Muro?

Erich lo sopesó. Era un riesgo. Pero el kiosko de Ludwig estaba vacío, la pista era una canción de U2, y la única persona que se acercaba a él era una periodista irlandesa obsesionada con el nuevo sonido. La ironía era tan grande que casi se sentía seguro.

-Está bien, señorita Quinn. Pero nada de preguntas sobre política. Hablemos solo de ruido.

Se dirigieron a un café cercano, con el walkman de Erich en silencio, pero con el eco de "Zoo Station" aún resonando en su cabeza.

El Artificio de la Realidad

Mientras se sentaban en una mesa apartada, Anna encendió una grabadora de casete pequeña y la colocó entre ellos.

-Entonces, ¿qué piensa del sonido? ¿Este giro de U2, es Even Better Than The Real Thing? ¿Es la versión mejorada de lo que eran? ¿O es una fachada?

La pregunta de Anna golpeó un nervio sensible en Erich. Fachada. Eso era su vida ahora. El espía que interpretaba al tranquilo electricista.

-Es una fachada, claro. Pero es brillante. Achtung Baby es un disco sobre el engaño -Erich tomó un sorbo de su café fuerte, que sabía a ceniza-. Piensen en lo que estaban haciendo antes. Eran "honestos", directos. Eran el sonido. Pero al entrar aquí, en Europa, en la decadencia y el cinismo de la caída del comunismo... se dieron cuenta de que la verdad es demasiado aburrida.

-¿Y ahora? -preguntó Anna.

—Ahora son el antihéroe. Mira cómo se visten -Erich hizo un gesto vago-. El cuero, las gafas de mosca, el alter ego del Zooropa Man. Bono ya no es un profeta en el desierto. Es un payaso en el circo.

Anna sonrió.

-Eso es lo que hace que funcione. El disco es una crítica brutal a su propia grandilocuencia anterior. Las canciones como Even Better Than The Real Thing son la banda sonora perfecta para el Berlín unificado. De repente, todo el oeste es accesible: el consumismo, las mentiras brillantes, la televisión basura. Lo falso es, de hecho, más atractivo que lo auténtico. La verdad era gris y aburrida, como nuestra televisión estatal. La mentira es neón y sexy.

-Es el sonido del exceso, ¿no cree? -dijo Anna, fascinada por la profundidad del análisis de Erich, sin saber que hablaba con un hombre cuya vida era el exceso del engaño-. El riff de The Edge en "Even Better Than The Real Thing" es una ilusión auditiva. Está tan procesado y distorsionado, que suena... mejor que lo real.

Erich se encogió de hombros, la frase de Anna clavándose en su pecho como una aguja. "Mejor que lo real". Eso era lo que había intentado ser: un hombre nuevo, sin pasado, más atractivo que el verdadero Erich Brandt.

-El problema -murmuró, casi para sí mismo- es que la mentira se vuelve insostenible. Eventualmente, la fachada se desmorona, y lo que queda es mucho más feo que lo que se intentaba ocultar.

Anna asintió, pensando que hablaban del arte de la música.

-Pero ¿y qué hay de la emoción? ¿Es todo artificio?

Erich se inclinó sobre la mesa, su voz bajó a un susurro.

Anna y Erich tomando cafe

No. Ahí es donde te atrapan. Porque justo cuando crees que están completamente sumergidos en el cinismo y la burla... te golpean con la verdad.

Sacó el cassette de Ludwig de su bolsillo y lo colocó sobre la mesa, junto a la grabadora de Anna.

-Hay una canción en este álbum que está más allá de la fachada, señorita Quinn. Una canción que no pueden disfrazar con gafas de sol ni riffs irónicos. Es el centro emocional, el punto cero de todo el caos.

Anna miró el cassette, luego a Erich. La luz del café reflejaba la desesperación en sus ojos, una desesperación que no encajaba con su análisis musical.

-¿Qué canción es? -preguntó ella.

Erich Brandt se quedó en silencio por un largo momento, con sus ojos fijos en el cassette que era su única pista. Finalmente, dijo una sola palabra, que resonó en el café como una confesión.

"One"

Dos Almas en el Espejo Roto

La cafetería estaba envuelta en el silencio incómodo que sigue a una revelación. Anna se inclinó, el zumbido de su grabadora capturando solo el tintineo de las tazas.

"One" -repitió Anna, su voz casi un susurro-. Es la canción que salva al álbum, ¿verdad? La que dice que, a pesar de todo el cinismo y la deconstrucción, todavía hay algo por lo que luchar.

Erich, o "Klaus Richter", asintió lentamente.

-No se trata de luchar por un mundo. Se trata de luchar por otra persona, incluso cuando esa persona es una extraña. La canción fue escrita durante la tensión de la reunificación de la banda, pero se convirtió en el himno de la reunificación de un país. O de dos almas rotas.

Se puso de pie, su expresión cambiante. El análisis musical había tocado demasiado cerca de su verdad.

-Debo irme, señorita Quinn. Gracias por el café.

Anna, que era periodista ante todo, no iba a dejarlo escapar tan fácilmente. Se levantó también, deslizando la grabadora y el cassette de Ludwig de vuelta a su bolsillo.

Erich se va de la cafeteria

-Espere. Usted sabe lo que significa este cassette. Sabe por qué lo dejaron allí. Yo no estoy persiguiendo la historia de U2, Sr. Richter. Estoy buscando la historia humana detrás del Muro, y usted es la primera persona que me habla con esa clase de intensidad.

Erich dudó en la puerta. Los ojos de Anna eran insistentes, limpios de la corrupción que él había visto durante décadas.

-Si quiere entender la caída del Muro, no busque en los archivos de la Stasi. Busque la traición en el corazón de un hombre. Busque el diario que un espía escribió sobre su amante, una mujer que creyó en la RDA. Ese es el verdadero Achtung Baby. La verdad es lo que te queda cuando te quitas el disfraz.

Anna parpadeó. -Usted está hablando de "One"... We're one, but we're not the same. We hurt each other, then we do it again...

Erich asintió, una mueca de dolor cruzando su rostro.

-Si encuentra ese diario, encontrará el verdadero Berlín. Y yo no he dicho nada.

Se dio la vuelta y se apresuró a salir, perdiéndose en el tráfico ruidoso. Anna lo vio marcharse, no como un informante asustado, sino como un protagonista huyendo de su propio final. Sabía que no se llamaba Klaus Richter. Sabía que su historia era mucho más oscura que una simple reseña musical. Sacó el cassette y lo miró. Si "Zoo Station" era la dirección, y "Even Better Than The Real Thing" era la mentira, entonces "One" era la confesión.

El Viento de Dublín

Anna no perdió el tiempo. Usando los métodos que había aprendido investigando a músicos evasivos, hizo tres llamadas: una, a la oficina de Dublín para que rastrearan cualquier mención de un "Klaus Richter" en archivos de la Stasi filtrados, una segunda, a una fuente en el Militärhistorisches Museum de Dresden, y la tercera, a un amigo DJ que conocía los códigos de cassettes que circulaban en el underground berlinés.

La llamada del DJ fue la que funcionó. Le dijo que la etiqueta "ZOO STATION" y el tipo de cassette de cromo solo podían pertenecer a una persona en el Berlín de principios de los 90: Ludwig Schultze, el viejo librero que fue un conocido coleccionista de grabaciones ilegales de rock occidental durante la RDA. El DJ le dio una dirección antigua: un almacén abandonado cerca del río Spree, un lugar conocido por haber sido utilizado por traficantes de arte y, más recientemente, como club pop-up.

Anna tomó un taxi, sintiendo la adrenalina. Ella no era una espía, era una periodista. Pero la música la estaba guiando.

Llegó al almacén, un edificio de ladrillo rojo con ventanas rotas. La puerta estaba entreabierta. Una tenue luz azul parpadeaba en el interior. Anna empuñó su cámara no para tomar fotos, sino como un arma torpe.

Al entrar, un pulso rítmico y seductor la golpeó, haciendo vibrar el suelo de cemento. Era música, a todo volumen. Un groove infeccioso de bajo y batería, con una guitarra que se retorcía como humo.

Anna se sintió momentáneamente desorientada por el ritmo exótico. "Mysterious Ways". Una canción sobre cómo la mujer (o la musa, o la verdad) aparece en la vida de un hombre de maneras... misteriosas.

Avanzó por un pasillo entre cajas vacías. La música venía del fondo. Allí, de espaldas a ella, estaba Erich, alias "Klaus Richter". Estaba de pie junto a un viejo tocadiscos industrial, un vinilo de Achtung Baby girando. Había encontrado el almacén por la misma pista.

-Creí que se había ido -dijo Anna, su voz casi inaudible sobre el funk machacón.

Erich se giró, su rostro reflejaba la sorpresa.

-Y creí que usted entendería la pista y me dejaría tranquilo -replicó, apagando el equipo abruptamente. El silencio que siguió fue atronador.

-Usted me dio la pista. Un hombre al que le borran la vida deja una canción que habla de que el amor viene por caminos misteriosos -Anna se acercó-. Usted es Erich Brandt, ¿verdad? El analista de la HVA que desapareció justo después de que cayera el Muro. Ludwig Schultze era su único contacto.

Erich no lo negó. Simplemente se pasó la mano por el pelo, un gesto de derrota.

-Si estoy aquí, es porque Ludwig me citó. Lo vi vacío. Si ese hombre me trajo aquí, es porque algo vital se perdió.

Señaló una caja de madera semiabierta en el rincón. Contenía viejos carretes de cinta y diarios de cuero mohoso.

Anna en el almacen solitario

-Estos son los archivos de Ludwig Schultze. Me dijo que si algún día lo perdía todo, viniera a por ellos. Me dijo que la verdad estaba ahí. Pero...

Erich levantó un diario pequeño, de tapas negras, distinto a los demás.

-Este es el mío. Mi diario de espía. Mi Achtung Baby. Escrito en clave para que solo yo lo entendiera.

-¿Y qué dice la clave? -preguntó Anna, sintiendo el peso de la historia en el aire.

-Dice... que el amor es ciego. Que la esperanza es la luz en la oscuridad. Y que si le enseñas a volar a tu amante, ella te dejará -Erich apretó el diario-. Habla de la operación "Sperling" (Gorrión). La vigilancia de un intelectual de Berlín Occidental y su contacto en el Este, que era la mujer que yo amaba. Yo era el analista que tenía que destruirla. Pero la canción "One" es verdad: We get to carry each other. Intenté salvarla. Por eso estoy aquí.

Anna miró los diarios, luego a Erich. La música de U2, que ella usaba para escribir una reseña cultural, era la llave para una historia de espionaje, traición y amor en el telón de fondo de la Guerra Fría.

-Tenemos que irnos -dijo ella, con una nueva urgencia-. Si alguien le sigue, y ahora me sigue a mí, los archivos de Schultze no son lo único que buscan. Buscan su diario, Erich. Y van a empezar a buscar donde encontraron su pista de "Zoo Station".

- ¿Y a dónde iremos? -preguntó él.

Anna sonrió, la adrenalina ahora puramente periodística.

-A la única otra estación que tiene nombre de canción de U2: "The Fly". Vamos a sumergirnos en la mugre y el exceso del nuevo Berlín para escondernos. Vamos a ser el diablo telefónico por un día.

El Zumbido de la Información

Se movían rápido, huyendo de las sombras del almacén. Erich Brandt, el ex-espía convertido en guía forzoso, y Anna Quinn, la periodista convertida en cómplice.

en el coche

Anna había conseguido un coche prestado: un viejo Trabant azul, un sarcófago de plástico con motor de dos tiempos, que era el epítome de la Alemania Oriental que Erich intentaba dejar atrás. Se dirigieron a Kreuzberg, una zona donde la anarquía cultural se mezclaba con la pobreza y la desesperación, el lugar perfecto para perderse.

-¿Por qué "The Fly"? -preguntó Anna, mientras el Trabant tosía por la Strasse des 17. Juni.

Erich apretó el diario negro contra su regazo, mientras sujetaba el volante con la otra mano. La clave de "The Fly" era un concepto que la Stasi había dominado: la sobrecarga de información.

—"The Fly" no es Bono. Es el diablo telefónico. El hombre que tiene toda la información y la usa. Es la sensación de saber demasiado y de que todo se mueve demasiado rápido. El Muro cayó y nos dimos cuenta de que el Occidente no era la tierra prometida, sino una avalancha de publicidad, noticias falsas y mentiras más atractivas que la verdad.

—Es el disco en sí —murmuró Anna, sujetándose a la puerta—. La crítica ha intentado etiquetarlo como glam rock, como industrial, pero yo creo que es solo ruido bien organizado. Es el sonido de la confusión.

Anna encendió el walkman. El pulso industrial de "The Fly" resonó en el habitáculo, un ritmo rápido y urgente que encajaba con su huida.

Mientras la canción avanzaba, con los mensajes rápidos y urgentes superpuestos a la voz de Bono (como 'Watch more TV', 'Don't believe what you read'), Erich sintió que su pasado se le echaba encima.

El disco es la crónica de un hombre que se hunde bajo el peso de su propia información -dijo Erich, subiendo el volumen. - Every artist is a cannibal, every poet is a thief. La verdad es que robé la vida de la mujer que amaba. Robé la vida de mi país. Y ahora, alguien más quiere robar la mía.

-¿Quién es "alguien más"? -preguntó Anna, mientras Erich viraba bruscamente para esquivar un taxi.

No son solo los restos de la Stasi buscando venganza, Anna. Hay un empresario. Un tipo occidental que usa la reunificación para limpiar dinero y conseguir propiedades. Se llama Von Reuter. Necesita mi diario. Detalla cómo se usaron fondos de la RDA para financiar operaciones encubiertas de la Stasi, y mi amada, Elsa, era la clave. Si el diario sale a la luz, Von Reuter pierde su imperio.

-Necesitamos llegar a Dublín -dijo Anna. -Acelera. Ahí es donde se publicará mi artículo. Ahí es donde estarás seguro. Usaremos mi redacción como cobertura.

Erich sonrió con amargura.

—Anna, eres demasiado optimista. La traición no espera al cambio de país.

La Verdad del Amor Prohibido

Se refugiaron en un viejo loft vacío que Anna había alquilado en el barrio de Wedding, una zona de antiguas fábricas reconvertidas. Anna colocó su portátil sobre un barril oxidado y comenzó a escribir, tecleando a la velocidad de la luz, intentando convertir la narrativa de Erich en una reseña de música.

-Escúchame -dijo Anna, sin dejar de teclear-. Quiero que mi artículo hable de la dualidad emocional de Achtung Baby. Hablamos del cinismo de "The Fly" y la honestidad de "One", pero hay algo aún más oscuro que se esconde, y eso es lo que le da su peso real.

Anna detuvo la música que sonaba en el walkman de Erich e insertó un nuevo track del álbum. Una melodía lenta, de piano y guitarra acústica, inundó el espacio.

"So Cruel". La voz de Bono era de terciopelo, pero el sentimiento era de cuchillo. Celos, traición, la amarga certeza de que el amor no correspondido o prohibido es la peor de las prisiones.

-Esta es la canción de tu diario, Erich -dijo Anna, conmovida por la melodía—. I'm only hanging on to watch you go. La reseña de Achtung Baby tiene que decir que el álbum es cruelmente honesto sobre el amor. Es la negación de los grandes himnos de amor y esperanza que U2 cantó antes. Esto es dolor puro.

Erich finalmente abrió el diario negro, que había permanecido sellado durante dos años. Había una fotografía pegada en la primera página: una mujer de cabello oscuro y ojos intensos. Elsa.

Anna y Erich en el loft

-Elsa era una artista de Berlín Oriental. Yo era su vigilante. La amé, y la Stasi lo usó. Me obligaron a crear una red de información a través de ella. Cada vez que la tocaba, cada vez que ella se reía, yo estaba escribiendo en este diario lo que iba a destruirla.

Señaló una línea en el texto, cifrada con una referencia musical.

-Ella me descubrió un día. Encontró el código que usaba para ocultar mis informes. Me dijo: 'Somos uno, pero no somos lo mismo. Me hiciste daño, y lo hiciste otra vez. Y, sin embargo... me amaste, y yo te amé.' La letra de "One" es la voz de Elsa. Es la confesión que nunca pude hacer.

-Y cuando el Muro cayó, usted huyó, ¿pero ella? -preguntó Anna.

-Elsa fue detenida por la propia Stasi, antes de que el caos fuera total. La usaron para asegurarse de que yo guardara silencio. Pensé que con el Muro caído la habrían liberado. Pero si Von Reuter la está buscando, es porque ella es la única otra persona que puede descifrar este diario, además de Ludwig. Y él está muerto.

De repente, se escuchó un fuerte crack en la puerta principal. No era la policía. Era un golpe de ariete.

-Nos encontraron -murmuró Erich, su rostro pálido-. El ruido de "The Fly" nos delató.

Anna recogió el portátil y el diario.

-Von Reuter sabe que buscamos la verdad. Y él actúa. Vámonos, Erich. Aún nos queda una canción. "Ultra Violet". La luz que nos guiará. Si la banda sonora de la traición es "So Cruel", la de la esperanza debe ser la que nos saque de aquí.

Anna señaló una escalera de incendios que conducía al tejado. Erich, el espía exhausto, solo pudo asentir. El sonido suave, casi lastimero, de "So Cruel" se apagó, dejando paso a la urgencia de la huida.

La Escalera a la Luz

El golpe que rompió la cerradura del loft fue un sonido final. No era la policía: era la brutalidad organizada. Erich y Anna ya estaban en la escalera de incendios, ascendiendo. El metal gimió.

Anna le empujó el walkman a Erich.

-¡Escucha! -jadeó ella-. "Ultra Violet". Si "So Cruel" es el agujero negro, esta es la luz. Oh, love, light my way... ¡Es la fe que te saca de la oscuridad!

Erich escuchó el familiar y épico sonido. El riff de The Edge era un hilo de luz en medio de la oscuridad.

Al llegar al tejado, el frío les azotó. La puerta de acceso al tejado de metal se abrió de golpe con un estruendo metálico. Dos hombres corpulentos, vestidos con gabardinas baratas, salieron a la intemperie. No gritaron. Su silencio era su amenaza.

-¡Están aquí! -gritó Anna.

Corrieron. Saltaron sobre conductos de ventilación oxidados, con el eco de la percusión de Larry Mullen Jr. marcando el ritmo de su huida. Los hombres de Von Reuter eran pesados, pero rápidos.

Erich se detuvo en el borde, donde el edificio lindaba con otro, separado por unos angustiosos dos metros sobre un callejón oscuro.

-No hay salida, Anna. ¡El salto! -Erich se giró, sacó el diario y con los alicates extrajo la microficha de la costura.

-Toma. El documento de la HVA -dijo, metiéndosela en el bolsillo con el diario-. ¡La prueba es lo que importa!

Anna lo miró, los ojos verdes llenos de lágrimas y adrenalina. -¡No te voy a dejar!

-Tienes que hacerlo. I’m a man out of time, I’m running slow. -Él citó la canción, una sonrisa amarga en su rostro-. Yo soy el pasado de Berlín. Tú eres el futuro.

El primer hombre se acercó, su mano enguantada lista para agarrarlo. En un acto de desesperación, Erich arrojó un viejo bidón de metal contra el hombre y lo hizo tambalearse.

-¡Ahora! -gritó Erich, dándole un empujón a Anna hacia el vacío.

la huida

Anna, sin pensarlo, saltó con un grito, cayendo torpemente sobre el tejado contiguo, su cámara y el diario a salvo. Se giró para ver a Erich.

Erich Brandt no saltó. Se enfrentó al segundo hombre.

¡Tienes que publicar la historia, Anna! ¡La verdad de Elsa! -gritó, mientras la canción llegaba al clímax épico.

Erich, con una última maniobra de viejo espía, tomó un pedazo de tubería rota. El sonido de los golpes resonó en el callejón. Anna sabía que no podía ayudarlo. Tenía la misión de Elsa, la prueba, la verdad. Se arrastró lejos de la cornisa, sintiendo cómo "Ultra Violet" la arrastraba hacia adelante, una luz solitaria en su camino de fe y miedo.

Se deslizó por la escalera de incendios del edificio adyacente. Abajo, el callejón se llenó de sombras y el ruido de los golpes se detuvo abruptamente. Anna no miró. Ella corrió. Corrió con la historia de Elsa y Erich, con la confesión y el sacrificio, y con la banda sonora de la deconstrucción y la fe en sus oídos.

El escape fue un éxito sangriento. Anna llegó a la comisaría. La microficha y el diario de Erich fueron el martillo que destrozó el imperio de Von Reuter. Unas semanas después, Von Reuter fue detenido.

En cuanto a Erich Brandt, no se le encontró en el loft. Ni en el tejado. Solo un rastro de sangre en la cornisa. El rumor en el underground de Berlín era que había sido capturado y llevado a algún lugar donde no pudiera hablar, o quizás, simplemente había decidido desaparecer, como el verdadero espíritu del espía que usa su propia muerte como último acto de servicio.

Anna, sentada en un pub de Dublín, publicó su artículo y comenzó su best-seller con una botella de cerveza. Ella nunca supo el destino de Erich, pero sabía que su historia estaba completa. Y que la canción "One" era, al final, la verdad más cruel y hermosa de todas.

Epílogo y Reseña

icono radio
Anna y Erich se despiden

La historia de Erich y Elsa se publicó en la sección de cultura del Dublin Music Post, convirtiendo a Anna Quinn en una estrella y al diario de Erich en un símbolo de la transición alemana. El diario, apodado "El Archivo Achtung", se exhibió brevemente en un museo de la Guerra Fría.

Achtung Baby, el séptimo álbum de estudio de U2, no fue solo un disco; fue una ruptura radical.

Publicado el 18 de noviembre de 1991, el álbum fue grabado en gran parte en los Hansa Studios de Berlín, con el Muro de Berlín cayendo alrededor, una metáfora perfecta para el caos sonoro y emocional que buscaban.

Fue un éxito comercial inmediato, vendiendo más de 18 millones de copias a nivel mundial, consolidando a U2 como una de las bandas más grandes, aunque con un nuevo rostro.

Debutó en el número uno en las listas de álbumes de EE. UU., Reino Unido, Canadá y Australia.

La crítica inicial fue abrumadoramente positiva, pero también polarizada. Medios como Rolling Stone lo calificaron de "impresionante y valiente", dándole 5 estrellas. Celebraron la reintroducción de la ironía, el glamour y el riesgo en el rock de estadios. Fue un rechazo consciente de su pasado serio, adoptando sonidos industriales, dance y shoegaze que los alineaban con el rock alternativo de principios de los 90.

epilogo achtung baby

El álbum es universalmente considerado como el segundo mejor álbum de U2 después de The Joshua Tree, y una de las obras más importantes de los años 90. Marcó la transición del rock de arena de los 80 al rock alternativo experimental y post-moderno. El impacto visual de la subsiguiente gira, ZooTV, con sus pantallas gigantes, la sobrecarga de medios y la ironía, es considerado un hito en la historia de los conciertos.

El consenso actual es que Achtung Baby es el álbum donde U2 alcanzó su punto máximo de riesgo y creatividad. Canciones como "One", "The Fly" y "Mysterious Ways" se mantienen como pilares de su repertorio. Se le valora por ser un disco que, bajo una capa de cinismo y distorsión, contiene algunas de las canciones más vulnerables y profundas de la banda, demostrando que la fe y el amor pueden coexistir con la traición y la duda. Es la prueba de que, a veces, destruir lo que fuiste es la única forma de encontrar lo que puedes llegar a ser.

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La Opinión del Yeyo

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Yo fui uno de los enamorados del Joshua Tree, y también debo decirlo, me gustó el Rattle and Hum, aunque la crítica no lo trató tan bién en su momento. Eran U2, y para mí, eran como la banda perfecta, todo lo que hicieran sería bueno, no concebía otra cosa. Conocía a los U2 desde que surgieron, desde aquel lejano Boy, y todo lo que habían hecho, no es que me gustara, es que me encantaba. Así de simple. Incluso el October, tan defenestrado por crítica y público, era un buen disco, para mí.

Pero llegó una nueva década, nuevas músicas, nuevos estilos, mas electrónica; aunque hubo de todo, ahí está el grunge. Y también llegó U2. Después de un largo descanso, merecido por otra parte, volvieron a la carga. Y llegó Achtung Baby. No era lo que esperaba, lo reconozco, pero después de tanto tiempo sin ellos, fuera como fuera, era bien recibido. Lo escuché cuando salió. Me sorprendió, pero me gustó. Me gustó desde la primera audición. Esos son los discos que me marcan en mi vida. Los que entran desde el primer momento. Recuerdo que no me lo compré enseguida, pues lo quería en compact disk, y yo aun no tenía reproductor, era un formato poco distribuido aun, pero en cuanto tuve ordenador, con su correspondiente reproductor de CD, me lo compré.

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Y lo gozé, vaya si lo gozé. Es de lo mejorcito de los 90, aunque en los 90 hay muy buen rock, y muy buena música también. Suena diferente a mi adorado Joshua Tree, pero suena bien. Tiene más electrónica, pero The Edge tiene muchas oportunidades de lucirse igual que antaño. ¡Mira que me gusta como toca la guitarra este tío!

Entiendo que todo evoluciona y estos irlandeses tan buenos, pues también. Eso sí, lo que no cambia es Bono, su voz. Es inconfundible. Sin el, no sería lo mismo. Serían buenos, pero ya no tanto. Pero a pesar del cambio, es bueno, este disco es muy bueno. Me gusta, lo llevo escuchando mucho tiempo, y no me canso. He leído sobre el, sobre su intrahistoria, y me encanta. Por lo visto tuvieron muchos problemas para llegar a este sonido, no todos estaban de acuerdo, pero al final, llegó. Y valió la pena. Eso sí, soy de la opinión de que Achtung Baby es el último gran álbum de U2. A partir de aquí, vivirán de las rentas, y sus nuevos trabajos, pierden calidad, en comparación a todo lo de atrás.

La Playlist del Yeyo tiene un par de discos de U2 en su catálogo, y aun quedan algunos por llegar, entre ellos el Joshua Tree, pero te pido paciencia, querido lector. ¡Llegará! De momento entra Achtung Baby, y lo hace por la puerta grande. Discazo.


Podeis visitar la página de La Playlist del Yeyo, en la que están ubicados todos los videos colgados en el blog, a modo de playlist, incluidos los de los U2, para que los disfruteis todos juntos, y en el orden que querais. También teneis una emisora con La Radio del Yeyo, que contiene los hits de las décadas de finales del siglo XX. Y si buscas una canción o un video que no está en La Playlist del Yeyo, lo puedes localizar en el Buscador del Yeyo, procurando especificar bien el video o canción que quieres localizar.

¡¡Hasta la próxima!!


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